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Mostrando entradas de julio, 2016
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LUCES EN LA CALLE MERCADERES                                foto de Gabriel Guerra Bianchini por Frank García-Hernández Habían dispuesto para nosotros solos el cinematógrafo: una pequeña sala en La Habana Vieja, dejada caer en la calle Mercaderes. Íbamos tan alegres que gastamos veinte dólares solo en maripositas chinas y salsa agridulce, para reírnos sin decir nada. La acomodadora no nos molestó y creo que no lo hubiera hecho, sino fuera por alguna vocación de voyeur reprimida a los cerca de sus sesenta años. Mentimos explicando que en el aula de la universidad nos recomendaron la película y sacamos del marasmo al proyeccionista, que también nos espiaba en su lujuria contenida desde la ventanilla del local. Nunca supimos los nombres de los actores, ni de los personajes. A duras penas recuerdo la trama de un hermano menor que llegaba a una casa de campo, quizá en New Orleans, para después morir en un accidente de tráfico, versión que seguro ella negaría si lee este recu
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NOTAS DE TRABAJOS (II) SORPRENDIDO, FELIZ, PREOCUPADO Por Roberto Fernández Retamar                                   ilustración de Gustav Klimt   De vuelta del hermoso viaje a las lomas, donde he hablado con los campesinos sobre los extraños versos de Martí Después del paseo en bote por el lago, enredados entre lianas, hundiéndonos en el fango en busca de pequeños tesoros, La muchacha medio adormecida (con su cabeza reclinada en mi hombro, En el jeep que nos lleva bajo las constelaciones Que en vano se buscan en la ciudad y aquí se abren a medianoche como las alas de un gran pájaro de diamante), Empieza a hablarme de lo que llama su futurismo y su pasadismo: Su futurismo, que es vivir ahora, previvir, lo que sabe que va a pasarle, y no poder disfrutar del todo la inminente aventura de la escuela al campo, Porque le parece estar ya al cabo de los cuarenta y cinco días, e iniciar el regreso a la ciudad de siempre, Deja
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LA MALA DECISIÓN por Frank García-Hernández La tarde del primer sábado de julio estaba acostado en los portales de una tienda de víveres en el Escambray cienfueguero. A menos de un abrazo, sobre el cemento frío, una muchacha rubia de veinte años sudaba todos los grados de calor que podía compilar esa tarde de verano. Un pantalón recortado hasta la entrada de la nalga era la sofocación de los campesinos del caserío.  Los dos nos reíamos de los hombres que nos miraban comiendo carne de cerdo asada, con la mochila por almohada y hablando de un improbable ménage a trois . Ella se lamentaba de haber gastado tanto dinero en subir a El Nicho y trataba, ya sin muchas fuerzas, de que yo la siguiese rumbo a Santiago de Cuba, Baracoa, Varadero y algún día, regresar a La Habana.  Había aparecido en una esquina de Santa Clara y se subía a un muro pequeño para hablar conmigo y no tener que subir los ojos. Como a mí, le gustaba el Miguel Torres, Hayao Miyazaki y escuchar jazz. Creo qu