Querer a Senel

Arnaldo enteró a todo el mundo de que aquella noche yo me acostaría con una mujer.
Así empieza el cuento que descubrí el sábado escrito en los años ochenta por Senel Paz, cuando él aun no era la sinergia entre Diego y David. Se titula, No le digas que la quieres y lo pueden encontrar en la revista Casa de las Américas en el número 142 - enero y febrero de 1984- dedicado a los 25 años.
La historia es sencilla, Pedro quiere llevarse a la cama a Vivian y sus amigos lo ayudan en un entorno juvenil, pero crispado por las circunstancias y los juicios personales.
Es un cuento alegre que a ratos me hizo recordar a Manuel Cofiño con La última mujer y el próximo combate incluso, me pregunté si lo que estaba leyendo era el efecto de la extensión del Quinquenio Gris y el castigo inmerecido al Chino Heras, aquel destierro a la fundición Vanguardia Socialista por hacer buena literatura comprometida que provocó textos como Acero o Cuestión de principios en los cuales su autor nunca deja de dominar la técnica literaria pero no se atreve – o no lo dejaban- ir más allá. Quizá, hay que recordar que Senel era y es, muy amigo de Eduardo Heras León y que fue uno de los pocos que le ayudó en aquellas crisis, quizá el mismo Chino le aconsejara que, sin ser cobarde, se cuidase de ciertos lobos que distaban de ser hombres y mujeres nuevos.
La narración consta de tres partes bien definidas: la presentación de los personajes, la noticia de la caída del Che Guevara y la noche en que logran hacer el amor.
Es una trinidad narrativa: Vivian –el mismo nombre de quien descorazonará a David en El lobo, el bosque y el hombre nuevo- y  Pedro, que lleva la voz narradora, al estilo que nos conduce el escritor En el cielo con diamantes, dígase, echando recursos coloquiales y jerga cubana del momento. Existe Arnaldo, ese tercero que tanto en Una novia para David como en Fresa y Chocolate es el que reúne las características del –supuesto- macho alfa.  
En el segundo acto estará un espacio dedicado al Che. La muerte del comandante Guevara, su impacto en la escuela y en las intenciones sexuales de Pedro será algo que nos hablará del entorno que cubre a la trama, pero a la vez no debemos olvidar que son los años ochenta los de esta publicación.
La tercera parte de la narración empieza y culmina en la noche en que los dos jóvenes tendrán su primera relación sexual. Una relación típica de la primera juventud, atravesada por los todavía muy pesados cánones de la familia, la cercanía en el imaginario individual a un hogar a la vez lejano que impone juicios, el machismo en la sociedad que aconseja a Pedro no decirle a Vivian que la quiere y un sentimiento de amor puro, en contraste, que rompe en el orgasmo mismo, confesándole este su amor.
Será la escena final casi  un plano secuencia, marcada por la imagen de niños corriendo en un campo de girasol. La típica imagen del realismo socialista, pero a la vez, muy coincidente con la última toma de La Dolce Vita, momento en el cual el personaje que encarna Marcello Mastroianni, después de presenciar la llegada a la playa de un pez irreconocible y muerto, se enfrenta a la mirada de una niña que se ríe del hombre que corre detrás de sus amigos, replegados todos a un futuro que ya no es el de ellos.
Como aspecto característico de lo que después leemos en sus cuentos sucedáneos, existirá una acentuación de lo cotidiano en la vida de los muchachos campesinos becados en La Habana revolucionaria de los años sesenta–que puede ser la secundaria, el preuniversitario o la universidad-, el ambiente de efervescencia ideológica en el marxismo –crítico o adocenado- y la militancia juvenil.  Estos siempre serán los matices, los escenarios que propicia la trama y que nunca será visto de formas absolutas solo que en ese historia nada, pero nada, se cuestionará. En este cuento no hay Diegos y un Pedro que puede ser un David se centrará en llevarse a la cama a Vivian y ser un hombre del futuro.  

A Senel me lo he topado varias veces cerca del Ministerio de Cultura, allá por calle 11 esquina 2, en el Vedado profundo como digo yo, o El Carmelo, que es como le decían antes. Camina despacio, viendo la rutina de los oficinistas cansados que suben a los ómnibus de trabajadores y pienso que más de un cuento habrá hecho con nosotros. Senel pasa, calmado, bajando por 2 y después se me pierde. He tratado de animarme a decirle algo pero no encuentro la razón. Unas cuadras más hacia Malecón estaba la beca donde el escritor cursó durante los sesenta la universidad. En ella, según confesiones de amigos, transcurre la historia. A Senel hay que decirle también que se le quiere.
 

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