LOS COMUNEROS NO DEBEMOS MORIR DE ABURRIMIENTO Viví en Santa Clara en la barriada de Santa Catalina. Desde allí, a través de los ventanales y los balcones, se veía la sede del partido comunista. No son muchas las cuadras que faltan para llegar al centro de la ciudad, el parque Leoncio Vidal, tanto que por la calle donde está –la carretera de Camajuaní- se llega en un minuto a uno de los más peculiares cafés de la ciudad: El Revolución, justo donde el nombre de la arteria cambia por Independencia, con número 313. Un poco más arriba se toman las motonetas que por solo cinco pesos, 25 centavos dólar al cambio actual, llevan al pasajero hasta la Universidad Central de Las Villas, un recorrido de algo más de cinco kilómetros. Una mañana, mientras desayunaba un pan suave con queso blanco y café con leche, tocó la puerta una mujer joven. Traía un coche de bebé y vendía un apartamento. Por la conversación me enteré que era vecina de los tíos bisabuelos que me acogían
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