CINCO DIRECTORES DE QUIENES VERÍA TODA SU
FILMOGRAFÍA
-(¿Primera
parte de la secuela o inicio de la precuela?)-
por Frank García Hernández
Supongo que cuando mi
amigo Marcel vea esto se reirá. Nosotros, que tanto hemos criticado esas buenas
páginas, que terminan cayendo en la zoncera de escoger los mejores platos de
comida, o las diez más atrevidas trusas de la familia real o hacer una lista de
recetas de cocina con trufas y crema de leche recomendado para una buena Créme de Argenteuil y yo haciendo ahora
mi lista de mis cinco directores de cine
que vería, sin dudar, toda su filmografía. Pues de igual forma, aquí se las
dejo.
1- Tomás Gutiérrez Alea. Cuba, La Habana, 1928-1996
Dudé
y pensé en colocarlo debajo de Andrei Tarkovski, pero quizá algo de
chauvinismo, algo de empatía con Sergio –los dos, el personaje y el actor-, y
por supuesto, una filmografía donde no sobra nada, hizo que lo dejase en el
puesto que merece. Memorias del
subdesarrollo (1968-¡qué año!), se traduce en la mejor película de la
cinematografía cubana, perseguida, eso sí y de bien cerca, por nuestro Potemkim (1925): Lucía (también en el largo año 1968) de Humberto Solás. Tomás Gutiérrez Alea, además, era el incómodo
de los incómodos -capaz de concebir un Diego en fotogramas con Senel Paz y
Tabío-; es el hereje mayor, tanto, que ni Alfredo Guevara, ese lúcido que puede
salvar a toda la Generación del Centenario,
logró aceptarlo en su totalidad. Titón, como le decimos por acá, es el uno, con
perdón de Tarkovski.
2- Andrei Tarkovski.
Rusia, Moscú, 1932-Francia, París, 1986
Nunca
fue un disidente, no le interesaba, él era –es- el poeta detrás de la cámara, era
lo que trataba de explicar a sus censores una y otra vez, esos que secuestraron
Andrei Rubliév (1966) y vieron
siempre con malos ojos La Infancia de
Iván (1962). Tarkovski, logró redimensionar con Solaris (1972) la ciencia
ficción en el cine, de la misma manera que Ray Bradbury lo hizo en la
literatura. Si Titón pasará a la historia con aquel fotograma de Sergio y el
telescopio oteando La Habana, Tarkovski lo hará con el plano secuencia donde se
inicia Andrei Rubliev: una cámara montada
en un globo aerostático, dándonos la panorámica del siglo XV ruso que
más nadie nos podrá entregar.
3- Nikita Mijalkov. Rusia, Moscú, 1945.
Lo descubrí a través de Anna (1993), ese film de antropología política, pudiésemos decir, y que
tantas veces he intentado llevar a cabo con mis sobrinos y una cámara de 12
mega pixeles, pero no he tenido la constancia. Después llegó Quemados por el Sol (1994), la
producción que privó del Oscar a Fresa y Chocolate (1994), pero el mismo
Titón reconoció y yo también, que lo merecía. Ambas eran una denuncia a la
intolerancia y una apuesta al amor, aunque, a fuer ser sincero, Mijalkov no
parece reconciliarse con el amor, pues después de estrenar Quemados por el Sol 2, el espectador queda con el mismo frío de los
prisioneros del padrecito Stalin. Y digo reconciliarse, pues si alguien
recuerda Ojos negros (1987), con Mastroianni, sabrá de qué
hablo.
4-. Hayao Miyazaki. Japón,
Tokio, 1941.
No fue hasta cerca de los
treinta años que comenzó a seducirme el anime japonés. O al menos, el buen
anime, porque como todo cubano nacido en los años ochenta, vi con devoción
aquella rara película, que no sé quién nos la editaba, hecha con fragmentos de
los capítulos de Voltus V, o quizá
era un OVA. Pero Hayao Miyazaki es
una estética por completo diferente que, por demás, resulta expansiva a todo el
Studio Ghibli, dirigido por él y su
amigo Isao Takahata. La animación de Hayao Miyazaki es el punto de quiebre semiótico
entre Oriente y Occidente. Yo sufro al saber que pierdo una vasta cantidad de
códigos y señales que el director intenta enviarme en sus producciones y, como
hombre nacido en la modernidad y la razón occidental, no puedo decodificar. La Princesa
Mononoke (1997) y El Viaje de Chijiro
(2001), son los ejemplos más crudos de esa sutil venganza japonesa. Jan
Svalkmajer y Jiri Trnka son quizá, los únicos europeos que pudieran plantarle
cara, aunque no dejo de soñar con una realización en el que estén Juan Padrón
en sus mejores tiempos, acompañado de Quino, Gosciny y Uderzo tutelados, claro
está, por Hayao Miyazaki, porque es innegable que Porco Rosso(1992) da espacio al Ulises
de Joyce y con él todas las histerias de Elpidio, Marcial, Mafalda, Felipito,
Astérix y Obélix.
5-Woody Allen. Estados Unidos, New York,
1935
Este
hombre es tan díscolo que no sé por dónde empezar, quizá por su estabilidad,
esa de haber vivido tanto tiempo en la misma ciudad y hablar tantas veces del
provincianismo de la Gran Manzana sin repetirse, aunque, eso sí, en ocasiones
sobra metraje. Woody Allen es el judío que se burla de buena manera de las
izquierdas sosas, de la guerra y de los torpes, encarnando él a un torpe
habilidoso. Su hálito es tan grande que Aprendiz
de Gigoló (2013) de John Turturro es un film que huele a Annie Hall (1977). Logra destazar la
novelística de Tolstoi con Amor y Muerte:
La última noche de Borís Gruchenko (1975) - ¿será Pierre Bezújov el gran
parodiado?- y se reencuentra con el necesario vagabundeo nocturno en Medianoche en París (2011), aunque esta
no sea la más feliz de sus películas. Veremos que nos deja con Café Society.
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