LAS
SINCERIDADES DE UN NIÑO DE SIETE AÑOS
Ya
he visitado tres veces la exposición de Carlos García de La Nuez en el Museo
Nacional de Bellas Artes, Arte Cubano. Cardinales,
nombre que lleva la colección presentada, tiene la marca de la ruptura
cromática con las piezas traídas por él a la pasada Bienal de La Habana, aquella
vez en el espacio expositivo Zona Franca,
que hubo de situarse en la Fortaleza de La Cabaña. En esa ocasión, el pintor se
devolvió a tonalidades grises, con blancos y negros, sin las paleta coloridas
de su abstracción, un estilo que viene trabajando desde su paso por 4X4 en la
década de los ochenta. Sin embargo mantiene en esta muestra, el formato grande, empleando en la mayoría de sus lienzos dimensiones como 285
centímetros por 285, es decir, algo más de dos metros y medios cuadrados de
espacio abstracto cubriendo una pared blanca.
Y
cuando nos volvemos consientes que un espacio tan grande lo encierra o expande
la abstracción, cuando estamos frente a su Mapa
de La Habana en azul y rojo, con las calles Belascoaín, Monserrate u Obispo,
transformadas en pasta gruesa de óleo con letras de molde impactadas y la
caligrafía del artista, rápida, que a golpe de carboncillo deja sus
imprecaciones; cuando Malevitch lo visita por tres semanas consecutivas y
después lo deja, será, digo yo, que lo deja para que se regodee con Sandú Darié
y Julio Girona; cuando al lado del mismo Mapa
de La Habana coloca Dos islas,
sus viajes a camino entre Cuba y México, el otro país de tierra que le da
colores; cuando de un poco más está 41
casas/ la colonia, y es que colonia es el nombre que los mexicanos usan con
mayor frecuencia para decir barrio o reparto, pero también quiero sentir, que
son 41 casas del casco histórico de la ciudad habanera, la de él que es la mía,
aunque Carlos vivió siempre después de la bahía, siempre ha estado después de
la bahía y yo reafirmo entonces que la geografía nos deja mucho a los artistas,
ya sea de la plástica o las letras, o las cámaras. Cuando el pintor trae de
vuelta a Brancusi y me recuerdo que tuve frente a mí por cinco días su obra Mi casa, un guiño a Magritte. Cuando ocurre
todo esto, y se puede empezar o terminar por el cuadro La balanza –seguro el artista hubiese querido agrupar en una sola
pared La Balanza, Con Brancusi y Cuatro casas de fuego-, cuando todo esto sucede y concluye, yo, que
tengo en mi mano nervuda y grande, la manito de mi sobrino Leo de siete años, quien
por primera vez siente lo que es la plástica cubana en visita dominical, me estremezco
al oír decirle en regreso a la casa, con sus ojos de sueño casi vencido por la
siesta de la tarde, que sus pintores favoritos son Lam y Carlos García.
Sábado cuatro de junio, 2016, en El
Cerro. Faltan diez días para nuestra fiesta y 24 para la mía
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