DÉCIMAS
Yo debía tener unos nueve años, la primera vez que le pedí a mi papá que me enseñara a tocar la guitarra. Estábamos, y esto lo recuerdo bien, en el cumpleaños de su abuela, una viejita regordeta a la que no creo haber hablado jamás, y mi papá acababa de cantarle unas décimas que terminaban: ciento diez, Adoración, porque todo el mundo estaba seguro de que Mama llegaría a esa edad. Lo cierto es que no lo hizo. Y lo cierto es que yo, con nueve años, no pensaba demasiado en la muerte. Yo quería aprender a tocar la guitarra y, por un breve tiempo —días, quizás—, quise también aprender a hacer décimas.
Está bien, dijo mi papá en
medio de la fiesta, ven conmigo. Me llevó a uno de los cuartos de la casa y se
sentó en la cama. Voy a hacer un sonido y deberás repetirlo exactamente igual.
No, así no, escucha bien. Otra vez, escúchame. No. No. Nada, no tienes oído
musical, hija. No hay caso. Y recuerdo que lloré, solo un poco, pero lloré,
hasta que mi mamá vino al rescate y regañó a mi papá y la fiesta siguió toda la
noche.
Frustrada mi momentánea
vocación por la guitarra, me quedaban las décimas. Pero en aquel entonces las
décimas que yo escuchaba improvisar a mi papá o que recordaba que canturreaba
mi abuela mientras hacía el almuerzo, hablaban todas sobre cosas de adultos. Y
a la larga se me pasaron las ganas.
Pero un día encontré un
libro. Un poeta y una edición como de los 50, no recuerdo mucho más. Y ese
libro me enamoró y leí sus décimas un montón de veces y me dieron ganas, otra
vez, de aprender a tocar la guitarra. Esta vez mi papá no me hizo prueba
alguna. Me dio una guitarra y me enseñó tres acordes, y me dijo que cuando los
supiera a la perfección me enseñaba más. Y luego de unas semanas me aburrí de
practicar y de que con aquellos tres acordes no me saliera ninguna canción que
yo conociera, y le devolví la guitarra alegando que tenía mucho que estudiar en
la escuela y no tenía tiempo para aquello. Supongo que sonrió, victorioso. No
me quedé a ver.
No sé, con certeza, de qué
manera se unen, en mis recuerdos, guitarra y décima. Yo quería tocar la
guitarra para tocar a Silvio. Luego a otros, pero al principio fue Silvio. Y
quería escribir décimas para escribir décimas como mi papá. Nunca hice ninguna
de las dos.
Hasta hace unos días,
Alexis Díaz Pimienta y sus versos mediante, que escribí mi primera décima.
Estudié los versos y dibujé un esquema: a b b a a c c d d c, y comencé a rimar.
Descubrí lo sorprendentemente fácil que es. Descubrí que en dos horas y media
puedo escribir una esquelética décima sobre un tema premeditado. Descubrí que
los sinónimos de Word son una maravilla y que aún sé medir un verso. Sé, con
certeza, que no volveré a hacer otra, y que tengo que escribir un perfil sobre
Alexis.
No la publico en este post
por razones obvias.
Mi papá aún no lo sabe.
por Diana Ferreiro, alias Di FH, alias Rouge´s Lips
por Diana Ferreiro, alias Di FH, alias Rouge´s Lips
Tomado de su blog personal y con la gentileza de la autora. Para leer más crónicas de la misma seguir el link: https://desnudayconsombrilla.wordpress.com/2016/03/22/decimas/
Comentarios
Publicar un comentario