LA
NOCHE DEL AGUAFIESTAS
a Helena
Calle, que escribí la crónica pensando en ella
Imaginen que una pareja de
novios se case, por la iglesia y por la ley, hagan las fiestas anunciando del
matrimonio, la despedida de soltero, las ceremonias nupciales con la familia y
después, después de todo ello, el novio, para irse de luna de miel, le pida la
mano de la novia al padre. Esa sería una historia con los pies para arriba y la
cabeza para abajo, esa fue, en parte, la historia del plebiscito en Colombia.
Después de firmar los
acuerdos y hacer, como mínimo, tres actos ceremoniales donde en cada uno de
ellos se terminaba la guerra. Después que la revista Semana
dedicase hasta una portada en color blanco y dijera que el triunfo del NO era un escenario remoto. Después, por último, se decidió consultar a
la sociedad colombiana para enterarse a ciencia cierta qué creía de todo aquello.
Más que dejarse manipular
por el odio, como entendió Timochenko
el resultado del NO, parte de estos resultados es motivo de la necesidad de una
participación más efectiva de la sociedad civil en procesos como este.
La culpa no la tienen las
Farc, que llevan 52 años sin entender nada de lo que ocurre en la sociedad.
Ellos apenas están regresando, mientras que el gobierno de Santos, dos veces
refrendado por la nación, que es el mismo Estado desde que la insurgencia
nació, debió haber escuchado más y mejor a sus ciudadanos.
Si lo hubiera hecho, la
sorpresa no hubiese sido esta, porque si lo hubiese hecho, si la sociedad civil
en pleno hubiera participado, el SÍ habría obtenido la victoria.
Uribe, desde su
arrogancia, ha tratado manipular dicho aspecto cuando en sus palabras pide que ellos quieren aportar a un gran pacto
nacional. ¿Quiénes son ellos? Ellos no son Bojayá, aquel pueblo donde los guerrilleros
de las Farc bombardearon una iglesia llena de civiles. No lo son, porque allá ganó el SÍ en amplia mayoría. 1978 votos de ya basta contra 87 de querer seguir
la letanía.
Ellos, los de Uribe, no
son los jóvenes, porque el mismo ex presidente resaltó que comprendía su
ilusión de paz, como si estuviera hablando con unos muchachos que no saben lo
que hacen.
Ellos, incluso, no son, ni
siquiera, el volumen íntegro de quienes dijeron NO. Son, en todo caso, un grupo
de políticos que pretenden hacer campaña a costa del dolor ajeno. Porque lo que
le duele a Uribe es que su rúbrica no esté en los documentos que harán la
historia.
Uribe está en el momento
más triste de su carrera. Alguien que ríe por ver llorar a los demás y después
quiere que el que ha llorado ría con él, no está en la flor ni en el renacimiento de
su carrera política.
El caudillo paisa agradece
a sus personeros como si estuviera hablando a un partido y no a la sociedad,
en contraste con la hidalguía de Humberto de La Calle que asume todaresponsabilidad, y en contrapunto mayor con los muchachos de Bogotá que se
pregunta qué más pudieron hacer.
Le toca el turno a las
Farc, sin dudas, de comenzar a pedir el perdón de formas más sinceras y no con
ese empaque tan abstracto como lo hizo Londoño Echeverri en Cartagena, invocando
incluso a un dios que invalida el marxismo-leninismo. Deben salir de La Habana
y enterarse por sus oídos que muchos no los quieren.
Este parece ser un año de
restauraciones conservadoras, tras la caída de Dilma, el Brexit y un Trump que amenaza
sobre nosotros. Pero cuando ello sucede toca mirar dónde nos equivocamos. Este ha
sido, desde Cuba, la intención de mis palabras.
A la vez, me queda la
certeza de que cuando pasen los años, la historia y sus cronistas harán mejores
observaciones que todas las columnas escritas entre ayer y hoy, pero lo que
siempre resaltará es que quienes dieron el voto al SÍ eran los más altruistas,
los más desprendidos, los más inclusivos. Quienes votaron al SÍ son los que comprenden
ese perdón del cual no entiende ni Timochenko, ni Uribe.
*foto tomada de El Espectador
Comentarios
Publicar un comentario