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SIN EMBARGO, CUBA SE MUEVE por Frank García-Hernández foto de Gabriel Dávalos “(…)esta yunta apretada y agobiante que es el peso de la patria”. Julio Fernández Estrada Tenía cuatro años cuando mi abuelo me llevaba a un pequeño mercado cerca del mar. Al entrar, yo tomaba un carrito metálico y me sentaba dentro. Él tiraba de este mientras paseábamos dentro de los pasillos formados por filas de estantes con latas de conservas a cada lado. El niño que yo fui escogía peras dulces, melocotones en almíbar, mermelada de fresa. Los traían de Albania, la Unión Soviética o Rumanía. En los años ochenta Cuba reía. Hoy ese local sigue existiendo, pero sin carros pequeños ni conservas europeas. El imaginario popular no le cambió el nombre, aun y se dividió entre una bodega donde expenden los productos de la libreta de abastecimiento –subvencionados por el Estado a precios ínfimos: un pan cuesta menos de un centavo dólar americano- y al lado, la venta de alimentos con normas de
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LLUEVE SOBRE EL TECHO DE MI FORTALEZA por Frank García-Hernández Hoy amaneció lloviendo y ello es bueno, al menos para mí. Estos amaneceres me recuerdan la niñez. Si llovía no había escuela, sino había escuela, había juegos o hacía al menos lo que me daba la gana. Quedarse en la casa era un lujo, con mis juguetes, mis colores de pasta y plumones, todos salvados de la   perestroika   y el mercado en ruinas. Además, tenía regalos de creyones traídos por mis tíos de la guerra de Angola y Angola era, dichoso yo, un mapa grande con muchas ciudades, una bandera rojinegra e historias que no siempre me querían contar. En julio de 1988, cuando yo cumplía los seis años y aprendía a leer, mi madre no encontraba qué regalarme. Comenzaba ya lo que después sería casi el infinito. Comenzaba a crecer. En Marianao, ella y mi padrastro –que se llama Fidel y sigue siendo el esposo de mi mamá-, encontraron un castillo plástico de muchas piezas. Estaba empolvado. Iban a cerrar la tien