Amanecer sin Fidel. Boceto
Por Rafa G. Escalona
Habana, amanecer del 26 de noviembre, 2016/ Ismario Rodríguez
Amanece.
A las 7:00 am del 26 de noviembre de 2016, El Vedado está manchado por una pátina
de gris húmedo y la calma de los despertares. Apenas se ven personas por las
calles; en el kilómetro que camino puedo contar con los dedos la cantidad de
carros con los que me cruzo.
Un
sábado temprano en la mañana absolutamente normal, pero uno siente –o cree
sentir, o quiere sentir– que hay tensión y solemnidad en todo cuanto ocurre a
su alrededor.
Han
pasado ocho horas y media desde que sucedió. Siete desde que Raúl Castro se
parara delante de las cámaras e hiciera la declaración más difícil de su vida.
Esa para la que ni él ni nadie –a pesar de repetirnos que sí, que era
inevitable, que era cuestión de tiempo, que más tarde o más temprano sucedería–
estaba preparado.
Fidel
Castro ha muerto.
Repitámoslo:
Fidel Castro ha muerto.
No
cambia nada; el aire sigue teniendo la misma densidad impalpable, el corazón
sigue bombeando la sangre, el mar sigue batiendo el muro del malecón con la
certeza de que algún día ganará el juego.
La
muerte de Fidel es una partida en bemol que fractura de manera muy desigual la
historia íntima de los cubanos y muchos otros ciudadanos del mundo que durante
los últimos sesenta años han sido impactados de una forma u otra por su influjo
político e ideológico.
Sospecho
que todos los cubanos recordaremos el instante en que se nos abalanzó la
noticia. Supongo que a eso se refieren los libros con lo de “acontecimiento
histórico”, a la partícula de segundo que une indefectiblemente millones de
conciencias bajo la sombrilla de un mismo hecho.
En
la madrugada, las reacciones de quienes andaban en la calle iban desde el
llanto quebrado hasta la total indiferencia. Pero el gesto más común era el
andar de zombi silencioso, un estado catatónico que les impedía reaccionar de
manera coherente.
Si
uno aguzaba el oído podía escuchar frases como estas:
–
Mami murió Fidel… Que se murió Fidel…. ¡¡¡COJONES MAMI QUE SE MURIÓ FIDEL!!!
–
¿Qué tu te piensas, que Raúl no lo iba a decir enseguida? El Chino es un cheque
al portador. Él no esconde la verdad para decirte la mentira.
–
Ojalá esto no se ponga malo. De pinga los días que vienen.
Mientras
que en la calle, a pesar de la magitud de la noticia, las personas apenas se
comunicaban –otro signo del autismo de nuestros tiempos–, Facebook, ese otro
país, ardía con un hervidero de posts. Durante toda la noche, las personas
fueron escribiendo, dejando una huella, por mínima que fuera, como si una
oculta e imperiosa necesidad les negara la posibilidad del silencio.
Vi
gente que quiero equiparando a Fidel con Hitler y Stalin. Vi gente que respeto
irrespetando el dolor ajeno. Vi gente que no conozco de nada clamando a todos
los bandos por un poco cordura. Vi a mi hermana, que se fue adolescente de
Cuba, llamarlo “mi Comandante en Jefe”. Jamás había tenido una percepción tan
clara de la compleja nación de pensamientos con la que convivo.
Hay
personas capaces de construir un Fidel exclusivamente a base de fusilamientos,
migraciones forzadas, represión y autoritarismo. Suerte con eso. Afortunados
ellos para los que transformación social, Apartheid, colonialismo y Tercer
Mundo no son más que entradas –presumiblemente obsoletas– de la Wikipedia.
Fidel encarnó como pocos los paradigmas emancipatorios de un país, de una
época; una fuerza capaz de trastocar irremediablemente el estado de las cosas.
De, en definitiva, revolucionar.
Pasará
mucho tiempo antes que podamos hacer las paces con su sombra y construir su
carácter histórico en la justa medida. Unos van a dibujar al caudillo
dictatorial capaz de anegar en sangre y lágrimas un país por sus ansias de
poder; otros pintarán el líder irreprochable capaz de conducir a Cuba y al
mundo a su destino luminoso, como maquinista de la locomotora del comunismo.
Pero Fidel estaba muy lejos de ser cualquiera de esas cosas. Era, ni más ni
menos, un hombre. Uno grande, pero uno al fin, con todas las riquezas y
achaques de su condición humana.
No
hay tal día después. Fidel Castro falleció el 25 de noviembre de 2016, pero
moría desde mucho antes. Agonizaba mediáticamente con sus fotos de anciano
afable visitado por el mandatario extranjero de turno, y unos comentarios
olvidables publicados acríticamente por la acrítica prensa estatal. Moría
mientras lo convertían en una reliquia buena para citar, un generador de
excergos vacíos. Queriéndolo o no, fueron vaciando al mito, y solo dejaron un señor
mayor de barba larga y dedos infinitos.
No
le temo a un país sin Fidel. Le temo a un país huérfano de las ideas de Fidel.
tomado del blog El Microwave
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