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PURGAR EL DOLOR foto del autor por Frank García-Hernández Estas palabras las comencé a redactar en la noche del sábado primero de octubre. Como tengo mi computadora de escritorio y la laptop rotas, cuando llegué a la casa tomé una grabadora y dejé con mi voz las primeras líneas del texto. Esa noche regresaba a mi casa después de una cena en el barrio periférico de Alamar con todas las angustias disparadas. El parte meteorológico nos dejaba un ciclón Matthew horrendo. Tengo grandes amigos en Santiago de Cuba quienes en noviembre pasado, allá en su ciudad, me hablaban de sus calles como un lugar gris después del huracán Sandy en el año 2012. Yo miraba con los ojos muy abiertos desde la terraza del Hotel Casa Granda y no lo veía. Abajo, en el Parque Céspedes, había luz, mucha y buena luz. La tristeza me consumió al saber que Matthew es dos veces más fuerte. Traté de revivir –imposible- la alegría de mi inocencia infantil. Yo esperaba los ciclones para no ir a la escue
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LA NOCHE DEL AGUAFIESTAS    a Helena Calle, que escribí la crónica pensando en ella    por Frank García-Hernández* Imaginen que una pareja de novios se case, por la iglesia y por la ley, hagan las fiestas anunciando del matrimonio, la despedida de soltero, las ceremonias nupciales con la familia y después, después de todo ello, el novio, para irse de luna de miel, le pida la mano de la novia al padre. Esa sería una historia con los pies para arriba y la cabeza para abajo, esa fue, en parte, la historia del plebiscito en Colombia. Después de firmar los acuerdos y hacer, como mínimo, tres actos ceremoniales donde en cada uno de ellos se terminaba la guerra. Después que la revista  Semana dedicase hasta una portada en color blanco y dijera que el triunfo del NO era un escenario remoto. Después, por último, se decidió consultar a la sociedad colombiana para enterarse a ciencia cierta qué creía de todo aquello. Más que dejarse manipular por el odio, como entendió Timoch
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HOMBRES EXTRAÑADOS por Frank García-Hernández Qué cerca tenemos el mar y estos campesinos no parecen enterarse del salitre. Son hombres de la tierra que entierran a los suyos en los últimos momentos de la tierra firme, sin llegar todavía a la costa, sin importarles que los turistas tengan la música alta y un animador se ría detrás del micrófono. Dejan cruces blancas como huesos. Y nada más. No hay casi flores. No hay nadie. Si quisieron los humildes hombres hacerme sentir culpable de mi felicidad, se me antoja que lo lograron. Son horas en la serranía de noviembre y hace frío y el cielo se ha nublado. Desperté en los primeros momentos de la mañana, confundiendo el canto de un pájaro con la alarma antirrobo de un auto moderno. Es una vergüenza de la cual otros quizá se alegran si lo viven y se creen modernos. Estos hombres que saben matar cerdos, asarlos, comerlos, tienen perros. Los perros de estos hombres miran desde una extrañeza que no se encuentra en otro lugar vis
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Atrévete a salir -en La Habana- con la muchacha que no lee  por Frank García-Hernández Atrévete a salir en La Habana con una muchacha que no lee. Atrévete a invitarla al Bar Bohemio allá en El Vedado profundo y mientras le expliques que esta zona era antes el reparto Carmelo, ella te dirá que después de un Martini Dirty ya conoce a qué sabe el orine. Toma un taxi con ella hasta La Habana Vieja, invítala al Bianchini para que pruebe una torta Ópera o un París-Brest y te responderá que son muchas calorías para sus veinticuatro años. Paseen por el Prado y cuando lleguen cerca de la casa de Lezama, dirá que le recuerda la tuya atestada de libros y tarecos porque vio los cuadros de Arche en la sala del escritor de Paradiso . Busquen la calle Teniente Rey: ella te subirá a la segunda planta de El Chanchullero y estarán horas besándose mientras te pasa la cerveza fría de su boca a la tuya. Deja esperando a tu amigo el chef, pues en el camino de regreso ella descubrió
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Katia Bianchini: una mujer con alas muy grandes (Imagen de Alain Gutiérrez / On Cuba)  por Frank García-Hernández A las tres de la tarde ni turistas ni nacionales atraviesan la soleada Plaza de la Catedral de La Habana Vieja. Desde su único campanario, se ve la desembocadura de la antigua Zanja Real, hoy en un seco Callejón del Chorro, donde se reacomodan nuevos restaurantes y cafés, y solo una Cruz de Santiago recuerda aquellas épocas de manantiales lacustres. En el callejón, Katia Bianchini, suiza de nacimiento, ha establecido una dulcería-croisantería que tiene por nombre su apellido paterno. Ella forma parte de los nuevos pequeños y medianos empresarios privados que ya forman parte de un considerable sector de la economía nacional y con quienes desde 1968 el proyecto socialista caribeño no contaba. Desde su venida al mundo ha estado marcada por Cuba: fue un trece de agosto de 1959 en medio de una tormenta -me cuenta- el mismo día del cumpleaños de Fidel Cast
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El sexo sirve el café…      Foto tomada del New Yorker , autor Meredyth Jenks por Josué Veloz Serrade ¨Mire Doctor creo haberlo entendido todo: Ni dejar de fumar, ni dejar de jugar, ni dejar de follar…dejar, tendré que dejar, las relaciones que me aprisionan¨ Miguel Oscar Menassa Psicoanalista y Poeta En el bar Capricho de la Habana Vieja me encontré con unos amigos. Extrañé a mi amigo Frank pues si usted quiere saber de cualquier bar en la Habana, o dónde se comen los mejores dulcecitos, él siempre lo sabe. Pero este texto se trata de lo que Frank, yo y los demás hombres de este siglo no sabemos acerca de la Mujer. En este bar, que forma parte de todos esos emprendimientos en la Cuba de hoy, ocurren hechos singulares. Al entrar llaman la atención varios cuadros de un pintor del cual no pude saber el nombre. En la imagen oscura de los lienzos aparecen varios sujetos desnudos que cubren su sexo. Miradas esquivas, cuerpos de perfil: gente que pa
LA CREÍBLE –POR TRISTE- HISTORIA DEL POETA JUAN CARLOS FLORES Y SU DESALMADA MAÑANA No es que le falte el sonido, es que tiene el silencio. Fina García Marruz -Parece que hoy no me reiré en todo el día, me dije cuando vi en el suelo el marcador de Chaplin con un diseño de Eduardo Muñoz Bach y un poema de Fina García Marruz, que tengo colgado en la puerta del cuarto, junto al collar de cuentas de Santa Juana, plumas de guacamayo brasileño y una imagen de Fidel difuminado en un pueblo espeso. Como la noche anterior me había terminado de leer La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su despiadada abuela , donde Eréndira le interpreta al revés un sueño a la abuela para que esta no se percatara de que la querían matar, yo, para empezar bien el día, me interpreté al revés la señal. De nada me valió, como de nada valió que Eréndira le mintiera a la abuela que un pavorreal azul sentado en una hamaca blanca era símbolo de vida: Ulises le daría tres puñ