LA CREÍBLE –POR TRISTE- HISTORIA DEL POETA JUAN CARLOS FLORES Y SU DESALMADA MAÑANA



No es que le falte el sonido, es que tiene el silencio.
Fina García Marruz


-Parece que hoy no me reiré en todo el día, me dije cuando vi en el suelo el marcador de Chaplin con un diseño de Eduardo Muñoz Bach y un poema de Fina García Marruz, que tengo colgado en la puerta del cuarto, junto al collar de cuentas de Santa Juana, plumas de guacamayo brasileño y una imagen de Fidel difuminado en un pueblo espeso.

Como la noche anterior me había terminado de leer La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su despiadada abuela, donde Eréndira le interpreta al revés un sueño a la abuela para que esta no se percatara de que la querían matar, yo, para empezar bien el día, me interpreté al revés la señal.

De nada me valió, como de nada valió que Eréndira le mintiera a la abuela que un pavorreal azul sentado en una hamaca blanca era símbolo de vida: Ulises le daría tres puñaladas sacándole la sangre verde del cuello. De nada me valió que yo colocase de nuevo la imagen de Chaplin con sus raros vecinos y ni siquiera que mirase a la Virgen de la Caridad y me persignara acordándome que la semana pasada había sido su día. De nada me valió, porque a esa hora, cuando ya los niños estaban en la escuela y yo salía para el trabajo, el poeta Juan Carlos Flores había decido colgarse, como un marcador de Charles Chaplin diseñado por Eduardo Muñoz Bach con poemas al pie de Fina García Marruz, en el balcón de su apartamento en Alamar; siempre después que dejara el pan suyo de cada día en el día de una viejita del barrio.

No lo supe en toda la mañana y hubiese querido no saberlo nunca, pero mi amigo grande, Álvaro, me telefoneó a las doce y tres minutos de la tarde para decírmelo. Él conoce bien que los poetas somos de un cuerpo nuboso y todos llovemos juntos. Primero se había comunicado con la oficina de Jorge Fornet y preguntó por él. Jorge no estaba y pidió que solo se lo dijeran antes de almorzar. Yo tampoco había comido nada, y la noticia me golpeó tanto como para negarme no solo a almorzar, sino también a comer en la noche.

Julio César Guanche se limitó a escribir la palabra triste, al leer la mala nueva en mi muro de Facebook: el peor y último lugar para hablar de la despedida de quien pensaba que si el fútbol en el Perú es bueno, se debía a que tienen equipos con los nombres de Vallejo y Arguedas. Que cuando el Carpentier jugase en el Latino contra el Lezama, nuestro béisbol sería entonces de calidad.

Me encontré a Juan Carlos Flores por primera vez en un documental de Enrique Colina sobre la etapa soviética en Cuba, pero lo supe de verdad por las conversaciones con mi amigo Álvaro, que fue de quienes lo quisieron en vida y lo quiere después.

Más tarde, en la biblioteca de mi Instituto Juan Marinello, me encontré su poesía en Retrato de Grupo, junto a la de Ariel, Fowler y Alfonso. Es un libro amarillo como la luz de los saxos de la Avenida Boyeros y entre las luces amarillas de los saxos de la Avenida Boyeros, lo leí durante varias mañanas.

Me cuesta trabajo escribir sobre alguien con quien nunca conversé, ni visité y tampoco abracé. Me parece oportunista. Pero si cuando se muera Fidel escribiré sobre él -sin ser oportunista-, con quien nunca conversé, ni visité y tampoco abracé, y además, no es poeta ¿cómo no hacerlo con la persona que pensaba en los versos de Raúl Hernández Novás como los más grandes en Cuba después de 1959?
Perdóname poeta, quizá otros sabrán recordarte mejor y más bien. Ojalá y esto te haya gustado más que el café de ayer.

Escrito en la madrugada del 15 de setiembre, 2016, en Marianao

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