LUCES EN LA CALLE MERCADERES

                               foto de Gabriel Guerra Bianchini

por Frank García-Hernández

Habían dispuesto para nosotros solos el cinematógrafo: una pequeña sala en La Habana Vieja, dejada caer en la calle Mercaderes. Íbamos tan alegres que gastamos veinte dólares solo en maripositas chinas y salsa agridulce, para reírnos sin decir nada. La acomodadora no nos molestó y creo que no lo hubiera hecho, sino fuera por alguna vocación de voyeur reprimida a los cerca de sus sesenta años. Mentimos explicando que en el aula de la universidad nos recomendaron la película y sacamos del marasmo al proyeccionista, que también nos espiaba en su lujuria contenida desde la ventanilla del local. Nunca supimos los nombres de los actores, ni de los personajes. A duras penas recuerdo la trama de un hermano menor que llegaba a una casa de campo, quizá en New Orleans, para después morir en un accidente de tráfico, versión que seguro ella negaría si lee este recuerdo mío, exagerándolo o desapareciéndolo.

Lo cierto es que ambos llegamos muy tarde a dónde íbamos. Lo cierto es que ambos andábamos fugados de nuestras vidas. 



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