CUMPLIRLE A CUBA

por Frank García-Hernández

Virgen de la Caridad
Patrona de los cubanos,
Con el machete en la mano
Pedimos la libertad

Copla mambisa





con fotografía de Gabriel Guerra, serie Habana Elegante 


En la foto se ven ocho infieles, pero éramos diez. Es el Santuario Nacional de El Cobre. De derecha a izquierda estamos Gabriel, mexicano con estampa de un Trotsky morocho; su novia Carla, que con muchos deseos de encontrar alguna semejanza, la podemos comparar con Frida Kahlo; Ángela, la clásica trigueña espirituana; su amiga Daymé, la mulata que encarna la deidad de Oshún en la tierra; el pinareño Josué devoto a los orishas y a Lacan en partes iguales; Fidel, que no Castro, novio de Eva –ella está tras la cámara junto a Yasmín-; la fraulien Constanze, heredera del apellido von Oppeln-Bronikovski y sus implicaciones calvinista. Y yo, con una vela amarilla en la mano, anunciando mi sincretismo cubano, junto a una gastritis que intentaré explicar.
Las indisciplinas ni se colegian ni son democráticas, pero desde La Habana, intenté conseguir una bendición alejandrina que fue negada desde la fe marxista. Quizá me vi como Enrique VIII, a quien le prohibieron otras cosas que tal vez también yo pedía y aunque no me decidí fundar una iglesia, terminé haciendo algo de crueldad semejante: arrancar el día de la fundación de la Red de Jóvenes Anticapitalistas a diez de sus miembros.
La noche del jueves 19 de noviembre, cuando terminábamos los habaneros sobrevivientes de más de quince horas de carretera en la cervecera más cara de Santiago de Cuba, allá por Alamedas y sus farolones kitsch, le pregunto a Noel, realizador audiovisual con quien había bajado por Enramadas y saludaba a cuanto personaje se le cruzara, si él me podía llevar a El Cobre. No te preocupes, que yo te subo mañana, me dijo con una jarra y media de cerveza como testigo. Yo le creí como un niño y como un niño que le dicen que guarde un secreto, me paré en un extremo de las mesas que habíamos unido y grité: ¡Caballeros, mañana nos vamos pal Cobre! Y se jodió la cosa. Lo peor fue que yo no me di cuenta de lo que había hecho.

Al otro día, viernes de mañana, la primera sesión del Encuentro de Jóvenes de Izquierda se inauguraba en el caserón de Vista Alegre que aloja al ICAP y que aun guarda toda una iconografía estilo realismo socialista, en alto contraste con el sentido aristocrático de los antiguos dueños de la mansión. El buen gusto y no las malas ideas burguesas, hizo que el comunista italiano Estéfano Motta y yo, fuéramos los únicos en regodearnos con aquellas curiosidades soviéticas, en tanto que abundan decenas de fotos, entre ellas unas mías, admirados por las puertas de caoba, los salones con estufas en el Caribe y las miniaturas de nácar. Entre los aspectos que no tuvo en cuenta la Unión Soviética fue el placer. Un sistema social que establece una filosofía de Estado en la cual suprimía del verbum a la enajenación, no podía percatarse que el bien colectivo, no puede omitir el placer individual.
En contra de esto y tomando en cuenta a la Kollantai -que entendió del amor libre- y a Larisa Reisner -que se paseaba desnuda, cubierta solo con un abrigo de oso por las callejas de Kabul-, como antítesis a mujeres masculinizadas quienes medían metros de alto con una espada degolladora de glandes nazis, y que nuestra red se fundaba fuera de toda huella estalinista, yo no tenía reparos en aceptar a la rubia Constanze, la trigueña Ángela y la mulata Daymé, en la subida devocional hacia El Cobre, haciendo práctica la idea de Dostoievski que la belleza salvará a la humanidad. Ellas tres serían mis juanas en un mar revuelto.
En la tarde supe que ni Noel, Eduardo o una bien intencionada nativa de Palma Soriano, nos acompañarían al santuario, por lo que me encontré en los recesos del encuentro cabildeando posibilidades y nuevas almas que se me unieran, movido tal vez, por aquello de que regaño compartido toca a menos. Esa teoría funcionó muy bien, hasta cuando dos días después, los Marinellos, enfermos todos, hicimos el último almuerzo en tierras santiagueras en el comedor del campismo La Mula, mientras que los otros andaban por el Pico Cuba o en el Turquino, los más afortunados.
Terminé ante un tribunal militar que dirigía sin miramientos Fernandito y Disamis, con Luís Emilio y Alejandro atestiguando en mi contra. Aun y cuando escribo esto me siento incómodo, porque no hay vergüenza mayor que la culpa asumida, a sabiendas que se cometió sin miramientos, máxime si sabes que los jueces son tus amigos.
En Oriente clarea temprano y las tres horas de sueño que tuvimos de viernes para sábado no las sentí. Ese día era el más importante de todos: la red se fundaba. La noche anterior había tenido implicaciones festivas en la Casa del Son y nadie pudo levantarse a las seis de la mañana. El bayamés Mario, hombre ancho y bromista, se dedicó no solo a explicarme las rutas para mi viaje, sino que me alentó y respetó el motivo. Alejandro, que se había ganado desde La Habana determinada autoridad expandida en Santiago, me dijo que si alguien se topaba conmigo, yo explicara que iba a buscar una medicina para mi abuelo que no encontraba en La Habana. Lo primero que pensé fueron los helados a precios ridículos y la leche condensada, que no lo hay en La Habana, aunque ello no era con exactitud medicina alguna. Por algún motivo raro, yo decidí no seguir con esa aventura del espíritu. Sería el más disciplinado de todos, que la Virgen me perdonara y la red se quedase sin su bendición. En ese momento de poca fe ella envió a Daymé y Constanze, listas la dos para entregarse en cuerpo y alma, a la fe, sobra decir.
En los pasillos de la Universidad de Oriente me esperaban otros siete apóstoles. Yasmín tomaría una foto en la que una Disamis combatiente, con la bandera del 26 a sus pies, desde un balcón nos mira algo más que condenatoria. Si la fe provoca tanto sufrimiento, prefiero continuar con mi militancia cubana, que hace años dejó de ser dogma y la puedo impugnar desde un Castoriadis histérico o un Poulantzas depresivo.
A la salida de la universidad nos sorprendió Eduardo, quien había coordinado hasta los plátanos hervidos de nuestro concilio marxista. Aquello era el colmo de la mala suerte y solo me dio por pensar en la coincidencia –forzada- del color amarillo de las toallas santiagueras y Oshún.
Monté de último en la camioneta que subía al poblado de El Cobre. Por Fernando Ortiz supe que el santuario está a cuatro leguas y por las señalizaciones del tránsito que nos acercábamos a La Habana. Nadie tenía cargo de conciencia y no había por qué, ellos nunca confesaron su indisciplina con el fraile equivocado y algunos ni lo respetaban tanto.
Mucho antes de las nueve de la mañana, nos retratábamos con las montañas agujereadas como fondo. Un negro viejo y mendigo era ignorado por la piedad de los peregrinos, mientras que un policía le pedía que se moviera del portón. La misa terminaba, el cura insistía en que María no es Oshún y yo pensaba que tanta virgen, santo y arcángel, es producto de la incapacidad del ser humano de construirse un pensamiento abstracto que condense a todo el Universo, en un solo ente divino. La diferencia con los griegos del Olimpo no es mucha cuando se le pide a esta virgen el agua y a la otra que te proteja de los rayos.
Constataba que la mambisa no tiene siquiera un distintivo cubano: ni estrella, ni escudo, ni bandera en sus telas[1], en cambio, entre los ex votos, las charreteras y brazaletes de combatientes del Ejército Rebelde nacionalizaban la fe. Encendí una vela y pedí. Yo sé la diferencia antropológica entre Oshún y María, pero la fe, incluso, una tan susceptible a la razón ilustrada y moderna como la mía, no acepta tales explicaciones. Cómo un cubano puede desdeñar de entre sus símbolos a quien Céspedes dedicó su primera misa en el Bayamo libre. En la foto de Fidel que cuelga en mi cuarto, brilla de su pecho una medallita de esta advocación mariana.
Ya estaba en El Cobre y la gastritis me comería la tarde. Aunque no sentí el recogimiento necesario a causa de la culpa, supe que sí estaba bien, y muy bien, cumplirle a Cuba.
 



[1] Sobre el particular véase el libro de Fernando Ortiz La Virgen de la Caridad del Cobre. Historia y etnografía que la fundación de mismo nombre publicara en el 2008 y reimprimiera en el 2012. El capítulo La Virgen mambisa dedica a ello varias páginas 

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