¡Abdicación: never, jamás!*




En Cuba, por suerte, no tenemos monarquía. Digo, gente con corona no tenemos aún. Aunque es muy cierto que uno se encuentra en la calle con cada personaje que sabe mover el abanico, hacer reverencias, cucamotas, mirar por encima del hombro como si afuera lo esperara un jardín real con botones de oro. Y jardín, lo que se dice un Jardín, solo el de Bárbara.
Por eso me puse tan arisca cuando la Jefa de Redacción, que la tiene emprendida conmigo, me citó a su despacho ovalado. Tenía una “tareíta” para mí: casi una encomienda de Estado. Yo, gacetillera en ciernes, negra, pobre, invertida, que habla mal de todo y de todos por ganarme 20.00 CUC en cualquier revistilla digital, debía entrevistar a una princesa que visitaba la Isla.
¡Una princesa cubana! María Teresa de Luxemburgo. Aunque ahora es Gran Duquesa, Mestre es su apellido de soltera. ¿Les suena el apellido? ¿Les recuerda algún tiempo glorioso? ¡Ay, qué habrá sido de la vida de los Mestre! Bueno, me alisté para el encuentro oficial, y mientras me abotonaba mi blusa favorita con playa, sol y palmeras dije para mis adentros: mira que esta Revolución es grande.
Ella, María Teresa, habló tan bonito de Cuba, de su esposo Enrique, de sus cinco hijos. De las broncas que ha tenido con su suegra (la vieja y cruel Duquesa) quien la llama despectivamente “la criolla” debido a su origen plebeyo. Enumeró las maravillas de este país. Todas absolutamente ciertas. “Hay algo muy fuerte que he descubierto y se llama cubanía, un sentimiento que cuando uno crece en una familia cubana no se pierde nunca. Sucede algo muy especial con los cubanos y es que están sumando unidos. Por eso, aunque no están viviendo en Cuba, crecen con Cuba, comen cubano, sienten cubano y el corazón late cubano.”
Le presté mi pañuelo y ella, se enjugó una lágrima principesca. Qué revelador encuentro. Comimos bombones, cotilleamos, nos reímos, vacilamos, lanzamos una moneda al mar. Yo también me sentía una princesa de Jesús María que exhibe su corona por la calle Monte entre bicitaxis, pingueros y merolicos ambulantes.
En el último segundo, solo el último, cuando ya el Mercedes blindado que la conducía al aeropuerto avanzaba a 120 kilómetros por hora en la Avenida del malecón (con los semáforos en rojo), se me ocurrió hacerle una pregunta profunda para que nuestras lectoras no se sintieran defraudadas. Somos el pueblo más culto. Yo exclamé folclórica como siempre: Mi Lady, ¿cuál es su libro favorito? Y ella, tan regia, tan magnánima, el pelo volando al viento, susurró entre las olas que salpicaban como reverenciándola: Ivonne, princesa de Borgoña.

Intuí, claro está, que mi amiga Mestre quería decirme algo, algo entre líneas, algo enigmático. Y quedé paralizada al comprender lo que ambas sentíamos. No permitas que nadie –ningún singao de turno- impida que grites aquello que no debes callar. Me senté en un Di Tú me eché una birra bien helada. 
Margarita Kindelán (La hija de Yolanda)

*Desnudos de Cuba inicia esta semana una serie de publicaciones dedicadas al 20 de octubre, Día de la Cultura Nacional. Comenzamos con las palabras del programa de la pieza teatral Ivonne, princesa de Borgoña, de Witold Gombrowicz, representada por el grupo El Público y con la dirección de Carlos Díaz, la cual se puede disfrutar en la sala Trianón –Vedado habanero- los viernes, sábado y domingo, en sus horarios habituales. 

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