Rutina de Dios


Dieu a bessoin des Hommes
Henri Queffeléc



con ilustración de Davide Bonanzi

por Frank García-Hernández

Se levanta poco antes de las ocho de la mañana, mientras aún se transmite el primer noticiario del día. Casi dormido se prepara el baño con una caldera de agua caliente que después entibia dentro de un cubo plástico. Camina desnudo por la casa, secándose, se detiene dos veces frente al televisor, va a la cocina. Casi siempre hace una tortilla de vegetales, pero el fin de semana fue intenso en fiestas y no compró nada. Hoy la hace de arroz y salsa china, una salsa que no tiene soya y eso le resta calidad. Se moja el dedo con ella para comprobar el sabor y al final de la garganta siente algo de amargor. Afuera el sol está alto, cuando él sale de viaje le gusta estar en la carretera antes de esa hora. Puede ser insano, pero entonces disfruta ver a los demás en la rutina de la cual él se ha librado por un breve instante. Por un breve instante la rutina del otro, la que pudo ser su rutina, le es deliciosa. Rocas de mar creciendo en un palmar. Un campesino y sus vacas. El amanecer de un ama de casa en el medio de la isla. Ese paraíso que él se ha construido en la tierra es tan breve, muy breve, y por eso lo rehace en cada viaje. Escucha los titulares. Nada nuevo, y casi por regla, nada bueno, pero tampoco malo. Y se despide. La avenida a donde sale era antes más estrecha, pero él no se recuerda de ello, ni de los hombres que traían la leche del campo y dejaban la bosta de sus animales  en las aceras. Queda una iglesia, no tan vieja, y una carnicería donde siempre hubo una carnicería y un parque infantil. Tiene la opción de hacer el camino corto y feo, y el largo y hermoso. Prefiere el segundo. Va caminado hasta donde parece que es imposible salir, pero él sabe que cada uno de los que están allí esperando su ómnibus o cazando su taxi, terminan yéndose y rápido. Él es añoso, pero no es viejo. No sabe esperar mucho en el mismo lugar. En ocasiones toma el ómnibus de retorno hasta la primera estación, da la vuelta y sigue a su destino. Entonces llegará tarde, pero contento. Hoy también llegará tarde y está contento. La felicidad es más compleja. La tarde anunció agua y como siempre, no trae capa, la deja al voleo en la casa. Se divierte esquivando la lluvia en los portales que no son los de él. Una vez escuchó, sin pretenderlo, a una pareja haciendo el amor mientras escampaba un aguacero vespertino. Recuerda que su oficina es amplia y también en ella, con la bandera del partido como sábana, ha hecho el amor. Mira por la balaustrada de su ventanal el aguacero que termina. Quiere esperarla mojada y secarla, acostarla sobre los informes. Otra vez en la tarde el sol está alto y visible.    

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